miércoles, 15 de septiembre de 2010

Una teoría del ocio // Berta García Faet

Una teoría del ocio
Berta García Faet

Las críticas al capitalismo son siempre las mismas: se dice que, por una parte, multiplica las desigualdades y que, por otra, necesita de un modo de vida "inmoral" para su reproducción: inmoral porque se basa en el consumismo ecológicamente insostenible e inmoral porque el culto al trabajo que alienta sólo intenta ocultar su objetivo de "alienación" (en tanto que la "alienación", por aletargar a las masas trabajadoras, beneficia políticamente a los poderosos).

La primera idea podemos considerarla neutralizada si tenemos en cuenta que, aun si se está ampliando la brecha (lo que no está en absoluto claro, a la luz de la teoría de la convergencia relativa), lo interesante es que de todas formas aumenta espectacularmente el nivel de vida de los antes irremediablemente países desfavorecidos: lo que importa a los individuos, en sus vidas cotidianas, no es su posición relativa, sino sus ganancias en bienestar, y es innegable que la creación de riqueza que han permitido la globalización y liberalización económica y política –hasta donde ha sido posible– se ha visto traducida en un aumento sorprendente y masivo de la calidad de vida.

La segunda idea es mucho más interesante. En este comentario nos centraremos en criticar brevemente la irracionalidad, ignorancia e infantilismo de la teoría de la alienación, dejando a un lado la cuestión del consumismo, en tanto que, en última instancia, se trata de apreciaciones morales –y de subyacente teoría económica– en las que nunca coincidirá un marxista con un liberal. Además, la idea de la alienación supuestamente connatural al capitalismo está notablemente extendida, en obras que se consideran respetables y sugestivas como la de Richard Sennett, "La corrosión del carácter: las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo", y por lo tanto urge refutarla.

El concepto marxista de alienación es una muletilla multiusos. Lo significa todo, en el momento adecuado. Tiene fundamentalmente, según Andrés de Francisco, tres acepciones: alienación como "falta de control", como "heteronomía del trabajo" y como "falta de autorrealización". Marx lo expresa como sigue: "el obrero no se realiza con su trabajo, sino que se niega él mismo, tiene una sensación de malestar y desamparo, (...) sólo se encuentra a sí mismo fuera del trabajo, porque no es voluntario sino impuesto, es un trabajo forzado. No es una satisfacción de una necesidad, sino el medio para satisfacer otras necesidades."

Dicho con otras palabras, Marx critica tres hechos que, como veremos, son completamente naturales, lógicos, razonables, inevitables y, lo que es más relevante, no privativos del capitalismo: primero, que el trabajador no controle ni los medios de producción ni su producción misma; segundo, que el trabajador tenga que trabajar; tercero, que el trabajador, en su trabajo, no se autorrealice.

Para criticar estas tres ideas secuencialmente, utilizaremos una teoría del ocio, entendido ocio justamente como contraposición a las prescripciones marxistas de la "autorrealización" y la "voluntariedad" del trabajo.

En primer lugar, ¿por qué el trabajador tiene que trabajar? La única alternativa es vivir de rentas, y las rentas no caen del cielo sino que, para que uno las disfrute ahora, las tiene que haber producido antes o heredado de otro que las produjo antes, por lo tanto podemos considerar que la necesidad de trabajar afecta a todos: es una condición del mundo, un fruto de la escasez, y no una condición del capitalismo, en tanto que así ha sido siempre y siempre será (a no ser que se cumpla la profecía marxista de la "superabundancia final", de la que humildemente nos permitimos dudar). Y esto es así porque el hombre tiene necesidades, la primera de las cuales es la supervivencia. Éstas no se satisfacen por arte de magia, sino que hay que hacer algo, hay que actuar de una determinada manera. Ese algo, si al principio (y en numerosos períodos y episodios históricos que llegan hasta nuestros días) era la mera producción, ni buena ni mala, sino suficientemente calórica para sobrevivir en un régimen de autarquía, con el tiempo ha ido sofisticándose, básicamente por la intensificación de las relaciones humanas, que se ha concretado en el protagonismo fundamental y básico de los intercambios comerciales.

Estos intercambios comerciales tienen una lógica muy clara: a medida que las necesidades básicas se satisfacen, surgen otras, subjetivamente percibidas por los individuos, más complejas, que no pueden satisfacerlas por sí mismos, por lo que el trabajo se divide y se especializa.

En segundo lugar, ¿por qué el trabajador no controla ni los medios de producción ni lo que él mismo produce? La respuesta también es obvia: como un paso más en la sofisticación y multiplicación de las necesidades, surgen algunas que por su naturaleza no pueden satisfacerse produciendo bienes o servicios simples, afrontables por la fuerza y el capital de un solo individuo. Es necesaria la acumulación de capital, para afrontar procesos productivos más largos, y la división del trabajo dentro de esa misma unidad de trabajo. Imaginen por un momento lo irracional y lo inútil de una fábrica en la que cada trabajador tuviera que venir con sus herramientas. Y lo que es peor: ¿qué trabajador podría aportar la nave o las máquinas? Otro problema, aún más grave, sería el reparto de la "producción individual" (una falacia como ya demostró Eugen von Böhm-Bawerk): el trabajador de una cadena de montaje, ¿va a preferir llevarse a su casa una puerta de coche a un salario? Es más, ¿se va a esperar hasta que esa puerta se termine de producir?

En tercer lugar, ¿por qué el trabajador no se autorrealiza con su trabajo? En realidad, esta aseveración es totalmente gratuita porque presupone, no sólo la homogeneidad de todos los trabajos (¿es lo mismo recoger fruta que diseñar edificios?), sino también la homogeneidad de todos los trabajadores y sus gustos y preferencias (¿disfruta un médico analizando la evolución de la renta, o un pintor en un laboratorio de química?). Aún así, parece razonable afirmar que no todo el mundo se autorrealiza en su puesto de trabajo y la única razón, cristalina como todas las anteriores, es la que nos ofrece la teoría del ocio: el trabajo no es necesariamente un lugar de recreo, antes al contrario; en principio sirve para ganar dinero que le será útil al individuo para satisfacer otras necesidades, propias o ajenas. El que disfruta en su trabajo, siendo ese mismo trabajo uno de sus "fines por sí solos", puede considerarse un afortunado, pues ya tiene un fin menos a satisfacer con el dinero y el tiempo ganado en el puesto de trabajo. Pongamos un ejemplo: imaginemos por un momento que todos los seres humanos se autorrealizan escribiendo sus memorias. Sin embargo, todos quieren comer y ver películas. ¿Quién va a producir los alimentos y las películas? Afortunadamente, no sólo no nos autorrealizamos todos con las mismas actividades, sino que además no todos nos autorrealizamos dentro del trabajo, porque el trabajo en principio es un medio para conseguir otros fines. El hecho de que ese trabajo conlleve la autorrealización individual, no le quita su condición de "medio", porque hay al menos otro fin que satisfacer: el de la supervivencia.

En definitiva: el progreso económico va de la mano de la multiplicación y satisfacción de necesidades, porque es el trabajo de otros el que hace posible que éstas puedan satisfacerse mediante bienes o servicios, y es nuestro propio trabajo el que nos permite comprarlos. La teoría marxista de la alienación ignora por completo la razón y el fundamento de la división del trabajo y del conocimiento y, en consecuencia, está muy lejos de comprender, siquiera mínimamente, al ser humano.

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